viernes, 19 de junio de 2009


Entre las costumbres típicas que han desaparecido, es de lamentarse la de las tradicionales visitas a los altares ‘de Dolores”, que se efectuaban el viernes de la Semana de Pasión o sea la víspera del “Sábado de Ramos.

Los había sencillos y humildes, unas ramas de laurel sirviendo de marco a una estampa de Nta. Señora de los Dolores sobre una mesa cubierta con, cortina de papel “picado’ unas cuantas velas en botellas con agua de colores y por obsequio a los visitantes un vaso de agua fresca de chía, o de limón.

Otros eran ostentosos y magníficos; entre ellos o por mejor dicho el único, era el de D. Román ‘el repostero”, pues regenteaba varios expendios de repostería corriente, pero ‘de gran consumo en aquel entonces. No había boda, bautizo, día de Santo, etc., en que los pasteles de “fruta de horno”, de O. Román, no descollara entre los obsequios.

En las fiestas populares; Toros, Circo, Volantín, Moros, Todos Santos, Vergel y La Bufa, los pasteles de “olla’, eran de rigor, y diariamente en las esquinas había mesas cubiertas con manteles adornados con puntas de ‘gancho”, sosteniendo una alta pirámide de “encaneladas”, ‘polvorones”, “puchas y merengue”. Los expendios principales estaban enfrente de la casa de P. Román, que por mucho tiempo se denominó de “las reposterías”, y está adyacente a la Calle del Ángel hoy de La Bufa.

Las grandes ganancias que obtenía D. Román, con este negocio unidas a la compra y venta clandestina de metales, muy en boga entonces, las derrochaba anualmente en su “Altar de Dolores’, tanto en honor de la Sma. Virgen que tanto quería, como de su hila única, que era su adoración, Lolita una bella morena de ojos morunos.

Entre los varios pretendientes al amor de la gentil muchacha había uno que por desgracia era el menos digno y al que ella prefería; varias veces D. Román amonestó severamente a la chica, sin conseguir mas que lágrimas y disgustos, porque ella persistía su capricho amoroso por aquel mozalbete presumido, vago y vicioso de Saturnino Sifuentes, ‘Nino, como lo llamaba 1 cariñosamente su pobre madre, que se afanaba recorriendo casas y vecindades vendiendo ropa usada de las casas ricas, ella era conocida por Crecencia ‘La Prendera”. Pero no adelantemos los acontecimientos.

Como antes dijimos, el esplendor que desplegaba D. Román para adornar su Altar y obsequiar a los numerosos visitantes, era de fama. Desde un mes antes del día de la fiesta empezaban los preparativos, toda la casa se pintaba desde la fachada, una carreta de ramas de cedro y laurel, se empleaba en el adorno de la calle y de la casa, en la sala, las paredes desaparecían bajo cortinas de tartalana con estrellas plateadas; en el fondo, la pared cubierta con cortinas de terciopelo morado con los emblemas de la Pasión bordadas, bajo un rico dosel, se colocaba la imagen de la Sma. Virgen de los Dolores, preciosa escultura, ricamente vestida con sedas y terciopelos bordados en oro y piedras; el resplandor de la imagen y el puñal que atravesaba su pecho era de oro con rubíes, ópalos y turquezas, producto de las minas de estas tierras.

En las gradas del altar se colocaban candeleros de plata y pebeteros del mismo metal igual que las lámparas que colgaban del techo; macetitas ‘de lenteja y trigo puestas en finas tazas y platos de porcelana. Las velas ostentaban artístico adorno de “escame” y el frontal del altar lucía primorosos encajes o bordados, cada año distintos. El piso cubierto con gruesa alfombra y una hilera de reclinatorios acojinados se colocaban para los visitantes más ilustres, porque a visitar este altar iban los personajes más insignes de la ciudad y los pobres más humildes.

Niñas vestidas de ángeles incensaban el altar o regalaban flores y perfumes durante el rezo del rosario que era de siete misterios y se invitaba para dicho acto a uno de los religiosos de la merced.

Una .buena orquesta tocaba todo el día y después de la “Salve” un músico ciego de fama entonces, tocaba con rara maestría el “Stabat Mater”, de Rossini.

Muchachos vestidos de judíos hacían guardia a las puertas de la casa y formaban valla en las afueras de ella, en una palabra, todo era ostentoso, inocente manía del dueño de la casa.

Desde las ocho de la noche del Viernes de Dolores, una fila de coches se estacionaba frente a la casa de D. Román y no era extraño ver descender de ellos a las damas más distinguidas y a los caballeros de más polendas.

Después del rezo, se retiraba el religioso, y empezaba el obsequio a los visitantes, en el que derrochaba D. Román todo su saber reposteril, pues junto con los refrescos y las nieves más exquisitas, se servían los pasteles más delicados y los dulces más ricos.

Retirados los grandes personajes, seguía la clase más querida porque era la dueña de la casa, a nadie se despreciaba, para todos había.

Aquel año D. Román se mostró más amable y obsequioso que nunca, sólo Lolita se mostraba inquieta y distraída, era que temía la llegada de “Nino”, que tan fanfarronamente le había prometido ir, ‘aunque le costara la vida”.

D. Román, por su parte le había dicho que: “si el mequetrefe se presentaba en aquella casa, lo arrojaba a la calle”. Y por un extraño presentimiento, quiso D. Román, que aquel año, la Virgen y Lolita estrenaran trajes negros; de rico terciopelo bordado en oro el de la imagen; de razo y con encajes el de Lolita, que ya llevaba el luto en el corazón.

Después del rezo y del acostumbrado obsequio, salió D. Román a despedir a sus ilustres visitantes, y al volver pudo presenciar con verdadero disgusto a Lolita sirviendo al mequetrefe’. lleno de rabia lo cogió del cuello y le estampó una sonora bofetada, arrojándolo a la calle por entre la multitud.

La niña se fue corriendo a encerrarse en su cuarto, y a los pocos momentos recibió un recado de Saturdino, ordenándole que estuviese lista en la madrugada porque se la iba a llevar; o de lo contrario, su venganza sería terrible.

Cuando se fueron los últimos visitantes, D Román, apagó las luces dejando únicamente las dos lámparas del techo encendidas y se fue a descansar, que bastante lo necesitaba. De pronto oyó un ruido como de una puerta que se abría; encendió una linterna y fue a ver de que se trataba, al llegar a la sala pudo ver como un individuo; escalando las gradas del altar, trataba sacrílegamente de despojar a la sagrada imagen de sus joyas.

Trató de impedirlo, pero el ladrón dio un salto y cayó sobre O. Román y sacando un puñal se lo clavó en el pecho.

Al llegar Lolita al lugar de la tragedia, aún pudo reconocer al asesino; era Saturnino, que al verla saltó por la ventana y se perdió en las tinieblas de la noche.

Cuando se presentó la justicia, Lolita no tuvo valor para denunciar al asesino de su padre; dijo que era un desconocido.

Antes de recluirse en un Convento, regaló la imagen al Templo de la Soledad del Chepinque, hoy se venera en el templo Expiatorio del Sgdo. Corazón.